Es sólo un club de barrio que está lleno de pasión, donde la meta
principal es llevar el básquet a lo más alto y tratar de satisfacer las
necesidades de sus socios
Más allá de las clásicas dificultades
económicas, tiene lo más valioso: gente trabajadora que quiere realmente
al club y que hace lo imposible para que esté en condiciones para que
el socio se sienta como en su casa.
EL BÁSQUET
Con una rica historia, con más de 80 años de vida, el club se dedica
especialmente a la práctica de básquet. Hoy en día el equipo profesional
milita en la primera división de la Liga Rosarina. La expectativa para
este año es terminar en los primeros lugares de la tabla, por eso la
dirigencia puso todas las fichas al básquet y trajo varios refuerzos de
jerarquía para armar un plantel competitivo, sumándole algunos jugadores
de la cantera.
De hecho, el trabajo en las inferiores es muy
completo, y antes de cada temporada, siempre se trata de completar todas
las categorías, buscando además que los profesores estén relacionados
con el club. Actualmente, las divisiones menores de Tempreley cubren
todas las edades, desde niños de 6 años hasta adolescentes. Se dividen
en dos partes: las menores, que se trabaja a modo recreativo, y las
mayores, que ya entran a un ambiente de competición. Además, hay una
categoría previa a la Primera, que funcionaría como el equipo de
reserva.
Además, se practica el básquet femenino, ya que en los
últimos años ha crecido el número de chicas que prefieren este deporte.
En este momento hay jugadoras de todas las edades que recurren al club
para practicar el deporte, que cuentan con el apoyo y el consenso de la
dirigencia sin hacer diferencias con el básquet masculino.
ÁMBITO SOCIAL Y ECONÓMICO
La vida social del club es bastante positiva, ya que hay actividad
durante toda la temporada y crece año a año la cantidad de gente debido a
las diversas disciplinas que se pueden realizar. Esas actividades son
las que ayudan a mantener vivo al club, ya colabora con un ingreso
económico, aunque sea mínimo. Es que, más allá de las dificultades
propias de un club de barrio, se busca crear un ambiente familiar,
brindándoles todas las comodidades posibles a los socios.
Durante
la temporada de verano, de diciembre a febrero, es cuando la gran
mayoría acude al club, ya que posee una pileta y un camping con
parrilleros para que los socios la utilicen. La pileta se usa todo el
año, porque a partir de marzo se climatiza y se realiza natación para
todas las edades. Las otras actividades que se practican son: vóley
femenino, patín artístico,natación,taek won-do, aikido, pilates, eso es
lo que generó un gran crecimiento de socios en los últimos años. También
vale destacar que posee un buffet de comida, el cual atiende desde la
mañana hasta la noche. Además, el comedor está abierto no sólo los
socios, sino a cualquiera que quiera almorzar o cenar en el club.
Todo esto significa mayores ingresos económicos para poder mantener
todas las instalaciones y realizar obras, ya que no cuenta con el
respaldo de empresas que aporten grandes cantidades de dinero. A pesar
de no tener un gran terreno, además del buffet Temperley tiene varias
instalaciones importantes: tres salones para realizar eventos, pileta
climatizada con vestuarios, camping con mesas y parrilleros y la cancha
de básquet de parquet reglamentada .Como se mencionó anteriormente, para
sostener esa estructura se requiere mucho personal de mantenimiento y
muchos ingresos. El club necesita ampliar y reparar algunos sectores,
como los vestuarios, pero sólo con la cuota societaria y de las
actividades que se practican, más algunas publicidades, no alcanza como
para poder realizarlas. En ese marco, hay que destacar que la
institución cuenta con un plantel profesional de básquet. Por ésta
razón, el proyecto de construir una cancha secundaria en un primer piso
se debió suspender su construcción.
La dirigencia hace un gran
esfuerzo, apoyada por un grupo de padres, para poder llevar este tren
eludiendo todas las dificultades que se le presentan. La cooperación de
los socios y de los jóvenes que quieren realmente al club, gracias a ese
sentimiento incondicionado, lo hace notar, y eso es lo más importante.
De esta manera se logra llegar al éxito y alcanzar todos los objetivos
que uno propone en la vida.
EL COMIENZO
Corría 1927 y la vieja esquina de Cerrito y Ayacucho era el reducto obligado que
convocaba a casi todos los chicos del barrio República de la Sexta a pasar horas
interminables. El sol en las primaveras de los años 20 que nunca dejaba de caer,
las siestas sin fin, las calles anchas confundiéndose con las veredas, los álamos
acampanados que protegían sus juegos y el único deseo de patear la pelota,
impulsaron a un grupo de jovencitos a organizar un club de fútbol. Una pequeña
habitación rentada, tal vez en base al dinero que recaudaron como lustrabotas,
con sorteos y rifas, fue la primera sede del club. Pero lo que tal vez nunca
imaginaron esos muchachitos de pantalones cortos a principios del siglo pasado,
era que sus abetunados sueños, utopías y balones de trapo, serían los ejes de
la que hoy es una institución casi centenaria, con más de 1300 socios y dedicada
con fervor al desarrollo del básquet local.
Juan Esteban Milicich, Rafael Burgos, José Castelli, Ernesto, Alfredo y Alberto
Morosano, eran un grupo de niños que se reunían en la esquina de Cerrito y
Ayacucho a jugar al fútbol o “patear la pelota”, según relatan algunos ex dirigentes
del club, quienes también conocieron a muchos de sus fundadores. “Esos chicos
eligieron la calle Cerrito porque por Ayacucho pasaba el tranvía y en consecuencia,
tenían más espacio para practicar el deporte que todos los chicos quieren jugar”,
cuentan, mientras sus miradas permanecen distantes, como quien pretende rescatar
una imagen guardada en algún rincón de la memoria.
Sin titubear, uno de los ex dirigentes del club asiente con un gesto elocuente cuando
el periodista le dice que el fervor que despierta el fútbol no cambió desde sus orígenes
en Inglaterra allá por la Revolución Industrial, en el corazón de las Publics Schools.
Que incluso su posterior expansión por el mundo, la popularidad adquirida y su
consecuente socialización, reglamentación y la construcción de organizaciones y
federaciones de ese deporte, por el contrario, colocaron al fútbol en un lugar de
privilegio en el orden de las todas las sociedades mundiales.
Un nombre con tinta de diario, fútbol y pasión
Una tarde sentados en la esquina, después de jugar un picadito, los chicos comentaron
entre ellos lo bueno que sería armar un club de fútbol con camisetas y todo. Pero esa
misma tarde aconteció un hecho fortuito, quizás una mano divinamente invisible que
marcó la emotiva y particular historia del club del barrio República de la Sexta.
Así fue que de regreso a sus casas, un espeso viento estival le enredó a Alfredo
Morosano una vieja hoja de diario en sus tobillos. La tomó entre sus pequeñas manos
y al ver los titulares de las noticias leyó que una fuerte tormenta había azotado la
localidad bonaerense de “Temperley”. Juan Esteban Milicich, quien acompañaba Alfredo
Morosano aquella tarde de verano, expresó en el libro de los 50 años del club que
“ese azaroso capricho del destino” quiso que Alfredo tomara la hoja del periódico
entre sus manos y, lejos de apartarla para continuar el surcado trayecto desde la
ancha calle Cerrito hasta su casa, “leyera las noticias”. De aquel particular hecho
surgió el nombre que actualmente lleva la institución.
Poco a poco el sueño del pibe se hacía realidad. Algunas chirolas que guardaban, la
ayuda de sus padres y una motivación apasionada e inalienable, permitieron a los chicos
comenzar un escalonado camino ascendente que, con el paso de los años, se convertiría
en el Club Atlético Temperley. Al poco tiempo, el 21 de septiembre de 1927, alquilaron
una pieza en Cerrito 347 que fue la primera sede del Club. Allí pusieron en funcionamiento
un buffet, el que se convirtió en la visita impostergada de los parroquianos del lugar.
Vermouth, grapas, ginebras, rifas, tute cabrero y mus, colaboraron para que los
muchachitos juntaran algo más de dinero.
El corralón de Ayacucho 2167 y un rumbo inesperado
De pronto, los pibes abrazaron un día una de sus ilusiones más preciadas. Con el dinero
que obtuvieron del funcionamiento del buffet y las rifas, compraron camisetas, pelotas
y participaron de una liga de fútbol amateur. El algodón de piquét a cuadros negros y
blancos, similiar a la bandera de largada de las competencias automovilísticas, sellaron
los colores del “Negro” para siempre.
Como no tenían cancha para disputar los partidos, utilizaban el predio de la Canchita de
la Fe, por aquel entonces situada en Bv. 27 de febrero y Necochea, en sus condiciones
de locales. También en la cancha de Pleamar, ubicada en las inmediaciones del predio
donde hoy se encuentra el Colegio del Rosario.
A medida que el tiempo pasaba, más niños querían participar de la liga y jugar al fútbol.
De este modo, fue necesario fijar una cuota societaria para comprar camisetas, costear
traslados, meriendas y organizaron rifas para generar dinero. Una vez reunidos los fondos
suficientes, en 1950, alquilaron y posteriormente, compraron el corralón de la calle
Ayacucho 2167, que es donde actualmente se erige el club.
Con un espacio físico mayor, incorporaron bochas, gimnasia acrobática, hokey sobre
patines y patín artístico. Sin embargo, la estructura y las dimensiones del corralón no
acompañaron de manera favorable la construcción de un predio de fútbol y fue entonces
que la comisión directiva a cargo decidió reemplazarlo por el básquet.
Sucesivos cambios y el gimnasio “Alfredo Morosano”
El 6 de septiembre de 1979 se realizó la recordada “Cena del techo parabólico” , donde el
objetivo principal fue reunir los fondos para hacer el cerramiento superior del gimnasio.
Algunos dirigentes del club cuentan hoy melancólicos y orgullosos, que se recaudó más
dinero del esperado, razón por la cual en 1985, terminaron por completo el gimnasio
que lleva por nombre Alfredo Morosano .
Obsecuentes, tenaces, abrazados por el negro y blanco de su escudo, un nuevo cambio
de rumbo obligó a la dirigencia de turno a tirar abajo la cancha de bochas en 1981,
para dar lugar a la construcción del natatorio. Aquel hecho, incrustado en el tiempo y
escrito en la historia, hizo que muchos de los apasionados por las bochas abandonen
el club. Una actividad que generó grandes campeones argentinos bochófilos durante
la década del 60.
“Una verdad sucesiva que se descubre a medida que se avanza, un magnífico dolor”,
como escribió Martín Descalzo en su libro “Razones para la alegría”. Como un proyecto
exquisito donde la pasión, el deporte, la amistad y la consecuencia se conjugan, los
socios fundadores y directivos de Temperley enfrentaron diversos contratiempos que
los obligaron a tomar drásticas decisiones. Al igual que un padre proyecta el futuro de
sus hijos y la inclemencia del destino coacciona para cambiarlo. De este modo, lo que
se pensó en un comienzo como un club de fútbol, es hoy un importante club de básquet
de la ciudad y semillero de grandes estrellas nacionales. Mario Bernardini (65), jugador
de la selección de Santa fe y de Argentina y su hijo Ariel, quien también jugó en la
selección local, provincial, nacional y fue campeón con Boca Junior y Peñarol de Mar
del Plata en la Liga Nacional. Hoy se encuentra en la lista de los máximos goleadores
de la historia de los torneos más importantes del país. Y aunque una grave lesión lo
marginó de las canchas por un tiempo, hace unos años regresó para quedarse en Rosario
y jugar en la liga local. Hoy Bernardini dirige las inferiores de Temperley. Un entrenador
de lujo que conjuga la pasión, el profesionalismo y la humildad. Ciertamente es un lujo
que “el Negro” tiene.
Con sabor a barrio. El sentimiento sano y profundo de un grupo de chicos en las primeras
décadas del siglo pasado, creó un espacio de recreación deportiva y social que hoy,
80 años después, alberga y contiene a numerosos niños y adolescentes.
Sin lugar a dudas, el negro y blanco de aquella hoja de periódico que envolvió los pies
de Alfredo Morosano una tarde de 1927, marcaron con fuego y pasión la historia del
Club Atlético Temperley.
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